LA CASA DE BERNARDA ALBA
Comentario: Lali Fernández
“La Casa de Bernarda Alba” es un drama rural de gran intensidad teatral, en tres actos. Sus personajes son todas mujeres. La casa del drama es blanca, encalada, con barrotes de hierro negro en las ventanas. Parece la cárcel donde se guarda celosamente la honra de las cinco hermanas Alba.
El reparto es el siguiente:
Bernarda, la madre, tiene 60 años, y su madre, Mª Josefa (una pobre demente), 80 años. Angustias es la mayor de las hermanas, con 39 años. Vienen a continuación Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, la más joven, que tiene 20 años. Poncia, la criada, es también un personaje importante. La acción transcurre en la época contemporánea del autor.
Su escenario es una tierra del sur en verano, con un número reducido de personajes. G. L. emplea una prosa sobria, con frases cortas, casi siempre hirientes y de doble intención. El autor dijo de su obra: “He suprimido muchas canciones fáciles, romancillos y letrillas. Quiero que mi obra tenga severidad y sencillez”. Subtituló la misma como “Drama de mujeres en los pueblos de España”. En ella no se menciona que la acción transcurra en Andalucía. De hecho, en el manuscrito original, ha sido tachado “La acción transcurre en un pueblo andaluz de tierra seca”. Lo andaluz está simplemente sugerido por paredes encaladas, olivares, verano calurosísimo.
PRIMER ACTO
Situémonos en la escena. Fuera, el sol de verano cae a plomo, la luz blanca inunda calles y casas encaladas. Esta imagen contrasta con la oscuridad del interior de la casa, de muros gruesos. Se oyen doblar las campanas. Poncia y las demás criadas critican a Bernarda por su tiranía y crueldad. La casa está de luto, acaba de morir el segundo marido de Bernarda Alba. Entran en escena Bernarda, seguida de sus cinco hijas, de riguroso negro. Bernarda entra imponiendo silencio y exigiendo más limpieza. Es la matriarca. Autoridad y conciencia de clase definen al personaje. Lleva bastón. Durante toda la obra ese bastón será de una gran eficacia dramática. Hay una gran teatralidad en esta primera escena, con las mujeres enlutadas contrastando con las paredes desnudas y blanquísimas. (F. García Lorca advierte que los tres actos tienen la intención de un documental fotográfico. De hecho, en escena no se ven más que los colores blanco y negro.) Bernarda es intransigente y autoritaria, y abusa de su poder para tener a todos bajo su mando. Las mujeres del pueblo que han ido al funeral susurran entre ellas de lo malísima que es, y la tratan en voz baja de lengua de cuchillo y vieja lagarta recocida. Los hombres están bebiendo aguardiente en otro cuarto. No se les ve en escena, solo se sugiere que están ahí. (Como ya hemos dicho, ésta es una obra de mujeres.)
Tras el funeral, Bernarda anuncia a sus hijas que vestirán luto riguroso, y vivirán encerradas en la casa durante ocho largos años. Como ella misma sentencia: “No ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así fue en casa de mi padre y en la de mi abuelo. Mientras tanto, podéis ir bordando vuestro ajuar”. Bernarda es una implacable, rígida depositaria de la tradición y el orden heredados. El deseo de libertad y huida de esa cárcel provoca una situación límite entre las hermanas, cuya tensión irá incrementándose a lo largo de los 3 actos de la obra.
En este primer acto hay una conversación entre Poncia, la criada, con otra criada, que dice mucho de la lucha de clases. Poncia trata a Bernarda de tirana y dominante. No le tiene ningún afecto a su ama. La sirve, pero la odia. Como ella dice con rencor y odio: “Treinta años llevo lavando sus sábanas, comiendo sus sobras, días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento a Bernarda. Mal dolor le pinche los ojos… Pero un día me hartaré. Ese día me encerraré con ella y le estaré escupiendo un año entero. Claro que no le envidio la vida. Le quedan cinco mujeres, cinco hijas feas”.
Las hijas protestan débilmente con la sentencia de los ocho años de luto. La contestación de Bernarda es: “Hilo y aguja para las mujeres, mula y látigo para el varón”. Las hijas comentan entre ellas de una amiga que no ha aparecido por el funeral, porque su novio no la deja salir ni al tranco de la puerta. Otra le contesta que a los hombres lo único que les importa son las tierras y una perra sumisa que les dé de comer. Y que las mujeres se pudren en vida por el qué dirán. (Esto pone de manifiesto la denuncia de una situación intolerable padecida por la mujer en esa época y en un pueblo pequeño). Se habla en este acto de que Pepe el Romano (llamado así porque es de un pueblo vecino llamado La Romilla) viene a pedir a Angustias, la mayor de todas, para casarse con ella. Las hermanas comentan que él, con 25 años y buen mozo, viene a por su dinero, pues es la más rica de todas. Poncia aparece diciendo que por la calle viene Pepe, y las cinco se precipitan a las ventanas para verlo pasar. Adela, la más joven, rompe a llorar con ira, gritando que no quiere estar encerrada, que quiere salir. Termina el acto con la aparición de la abuela, toda engalanada, diciendo que se quiere ir a su pueblo al borde del mar, a casarse para tener alegría.
En este primer acto queda patente la fuerza dramática de Bernarda. No la quiere nadie, el pueblo murmura de ella y de su maldad, sus criadas la odian y sus hijas la temen. Bernarda reina en un mundo cerrado, dominado por un rígido sentido de la clase y la honra.
ACTO SEGUNDO
Son las tres de la tarde. En el escenario aparecen las cinco muchachas cosiendo. Falta Adela, que está acostada. El sol cae a plomo fuera, y el calor es insoportable. También lo es la crispación de las mujeres encerradas. Poncia, la criada, dice que a Adela le pasa algo, que la encuentra sin sosiego, asustada, temblona, como si tuviera una lagartija entre los pechos. Se comenta entre ellas que Pepe el Romano se queda por la noche en la reja con Angustias hasta la 1 de la madrugada; sin embargo, Poncia dice haberle oído alejarse de allí a las cuatro. Una primera duda se infiltra en el ánimo de los personajes. Poncia recrimina a Adela a solas. Sabe que se reúne con Pepe cuando este deja a Angustias, y Adela le contesta que con su cuerpo ella hace lo que quiere. Poncia le aconseja: “Deja a tu hermana en paz que se case con Pepe. Esa no aguanta el primer parto. Cuando muera, él hará lo que todos los viudos: casarse con la hermana más joven, y esa eres tú”. Adela le replica que saltaría, no por encima de ella, que es una criada, sino por encima de su madre para apagar el fuego que tiene levantado por piernas y boca. Llegan los segadores al pueblo. Se les oye cantar. Las muchachas corren a las ventanas para verlos pasar. Sus cantos hablan de amor y potencia el deseo de las mujeres enclaustradas. Llega Angustias furiosa porque le han robado el retrato de Pepe. Bernarda hace registrar los cuartos y aparece el retrato en el de Martirio, que está secretamente enamorada de Pepe. Bernarda le da bastonazos, amenazándolas a todas con ponerles cadenas. Poncia intenta avisar a Bernarda de lo que está pasando en su casa, y de que hay que casar a Angustias para alejar de allí a Pepe. Se oye entonces un gran alboroto en la calle, y Poncia viene con la noticia de que una soltera del pueblo ha tenido un hijo no se sabe con quién. Que para ocultar su vergüenza mató al niño y lo escondió bajo unas piedras, hasta que unos perros lo desenterraron y llevaron hasta el mismo tranco de su puerta. Ahora la gente del pueblo la quiere matar. Bernarda sale y manda salir también a sus hijas. (Hay que destacar que es la primera vez que las mujeres salen a la calle. Tienen permiso de la madre para participar en el linchamiento.) Bernarda y Martirio son las que más gritan: “¡Qué vengan todos a matarla!”. Adela se coge el vientre rogando piedad para la víctima. La de Adela es la única intervención piadosa. La escena sugiere que Adela está ya embarazada de Pepe.
Nuevo final terrible. Lo que ocurre fuera y no se ve desempeña un papel decisivo. Bernarda se convierte en acusadora y juez. En este 2º acto está presente la desconfianza y recelo de las cinco hermanas, con frases hirientes y de doble intención. El erotismo y deseo planea en todo el acto, en la disputa por el retrato, las carreras a las ventanas cuando pasan Pepe y los segadores por la calle. El varón invisible y deseado mueve los hilos de la trama. Se deduce la frustración de las mujeres condenadas a no conocer varón.
TERCER ACTO
Es de noche. Bernarda y sus hijas están cenando. Hay un silencio crispado, cargado de tensión. Angustias dice a su madre que encuentra al novio distraído, raro, y que esa noche no vendrá a la reja pues tiene un compromiso. Adela ha salido al patio, con Amalia y Martirio. Bernarda manda a sus hijas a la cama, y se queda hablando con Poncia. Esta la previene de nuevo de que debe vigilar a sus hijas, pero Bernarda se burla de ella, y se retira. Poncia le confiesa a la otra criada que hay una tormenta en cada cuarto, pero que ella ya ha dicho lo que tenía que decir. También le cuenta que Martirio es un pozo de veneno porque ve que el Romano no es para ella. Aparece la abuela meciendo un corderito y le dice a Martirio que Pepe es un gigante que las va a devorar a todas. Esta frase de la abuela es amenazante y profética. En el patio Martirio grita a Adela que ella también está enamorada de Pepe, y que ya no la mira como hermana, sino como mujer y rival. Adela le contesta que le da igual tener al pueblo en contra suya, que se irá a vivir a una casita donde Pepe la verá cuando quiera aunque se case con Angustias. Adela está dispuesta a aceptar su condición de amante, al margen de la ley. Es rebelde y asume su situación como un desafío. Se oye un silbido, y Adela sale de la estancia. (Hay que hacer hincapié aquí que ese silbido es la única señal física de Pepe, pues no aparece en ningún momento en escena, y de la importancia que tiene el mundo exterior en la obra.) Martirio llama a gritos a su madre, que llega blandiendo el bastón. Adela entra con las enaguas llenas de espigas. Bernarda se dirige a ella furiosa, pero Adela le arrebata el bastón y lo parte en dos, gritando: ”Esto hago yo con el bastón de la dominadora. No dé Vd. un paso más, en mí no manda nadie más que Pepe”. Bernarda pide a gritos su escopeta, suena un disparo. Adela grita y sale corriendo. Bernarda ha errado el tiro, y Pepe ha huido en su jaca, pero Adela lo cree muerto y se encierra en su cuarto. Cuando Poncia fuerza la puerta, se encuentran a Adela colgada. Bernarda manda descolgar el cuerpo de su hija, mientras amenaza con qué algún día matará a Pepe. ”Llevadla a su cuarto y vestidla como si fuera doncella” dice la madre, “Mi hija ha muerto virgen. No quiero llantos. Silencio. A callar he dicho. Nos hundiremos todas en un mar de luto. Adela, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Virgen… Silencio, he dicho.”
CAE EL TELON
Ese silencio que pide Bernarda no es solo para callar el llanto de sus hijas, es, sobre todo, porque hay que echar un manto de olvido sobre el horror que ha caído en su casa. Nadie debe enterarse de lo ocurrido. De nuevo aparece aquí el miedo al qué dirán.
A pesar de su frialdad y su absoluta falta de sentimientos, hay algo grandioso en la actitud de Bernarda, en su apelación al silencio. Exige la contención y el decoro hasta el límite de lo inhumano. Sabe mirar la muerte cara a cara, y eso es algo que para García Lorca, que siempre tuvo miedo a la muerte, tiene mucha importancia.
En ningún momento de la obra se percibe amor o cariño. Solamente al principio del primer acto, cuando en el funeral, una criada le pide a Poncia con tristeza que le dé algo de comer para su niña, y Poncia accede. También cuando Adela pide clemencia para la mujer que el pueblo quiere matar. Son los únicos rasgos de humanidad que he encontrado.
La casa de Bernarda Alba difiere bastante de la historia real, a la que Lorca añadió imaginación, drama, pasión y fuerza, creando unos personajes que dieron lugar a la tragedia de la obra. La familia Alba existió en la realidad, y el autor la conoció de cerca en su infancia y adolescencia. Francisca Alba (que así se llamaba realmente la que fue Bernarda en la obra de Lorca) era una mujer de acusada personalidad, que también tuvo hijos varones. Sin embargo, la intransigencia y crueldad que le atribuye G. L. no formaban parte de su carácter. Pepe el Romano también fue un personaje real. De hecho, este hombre se casó en la realidad con la hija mayor de Francisca Alba, y al enviudar unos años más tarde, casó con la hermana menor, tal como pronostica la criada Poncia en el segundo acto. Como ya hemos dicho, todos los personajes reales en los que se inspiró fueron conocidos del autor, y en algún caso, también tenían una relación familiar cercana
El conocimiento de la obra fue un motivo de rencillas entre la familia de Federico García Lorca y la familia Rodríguez Alba. Disgustó por igual a los Alba como al propio padre del autor. Las dos familias habían gozado de gran amistad, y habían comprado y compartido tierras juntos. La madre de Federico recomendó a su hijo cambiar los nombres de los personajes para no ofender a nadie. Teniendo en cuenta que la prensa madrileña comentó las lecturas que hizo el autor ante familiares y amigos en junio y julio de 1936, y hasta el propio autor habló de que situaría la acción en el pueblo de La Asquerosa, donde residían los Alba, (en 1943 se le cambió el nombre al pueblo por el de Valderrubio), es casi seguro que la existencia de la obra fuera conocida por la familia Alba, y que fuera considerado por ambas familias como un agravio y un ataque feroz a la dignidad y decencia de un pueblo pequeño como La Asquerosa, en el que las apariencias eran muy importantes, siendo como eran familias poderosas y ricas. Este agravio infligido gratuitamente por García Lorca a esta familia precipitó quizás su destino, determinado por las enemistades y rencillas familiares casi inmemoriales. En una época en que no pocos aprovecharon la confusión y desconcierto de una guerra civil para apoderarse de tierras ajenas, precipitar pleitos o matar por venganza, no es descabellado afirmar que una de las motivaciones del asesinato del poeta pudiera ser esta obra de teatro. (Algunos textos del libro La verdad sobre el asesinato de García Lorca. Historia de una familia, de Miguel Caballero y Pilar Góngora Ayala así lo contemplan).
La mitificación que produjo su asesinato ha desvirtuado a menudo una personalidad tan rica como compleja. García Lorca no podía disimular el miedo, el terror que la muerte le producía. Quizás por esa razón, en sus obras de teatro, las pasiones azotan a sus criaturas, las sacuden y arrastran a la muerte. Así ocurre en Bodas de Sangre, en Yerma y en La casa de Bernarda Alba. Se ha dicho que el acusado protagonismo femenino de sus obras se debe a la condición oprimida de la mujer en la cultura mediterránea.
LA CASA DE BERNARDA ALBA es una historia de odios, de envidias, presentes en cada acto. Poncia siente un odio descarnado, un resentimiento profundo hacía su ama. Y la gente del pueblo tiene envidia a Bernarda. Las hermanas también sienten envidia unas de otras.
Es una historia de pasión y erotismo encubierto, en que las hermanas llegan a odiarse por celos.
Es una historia de lucha de clases. Bernarda no dejó que Martirio se casara con Enrique Humanes porque su padre fue gañán, y la sangre de Bernarda Alba no se junta con la de un gañán. Asimismo, le echa en cara a Poncia que su madre fue una prostituta. Dice con desprecio que los pobres son como los animales, que han venido al funeral a llenar la casa del sudor de sus refajos, y que son igual de sucios que una manada de cabras. Sin embargo vemos esa misma lucha de clases cuando una de las criadas echa a gritos a una mendiga que viene a por las sobras.
Y es sobre todo una historia de frustración. Bernarda no entiende la necesidad de amor de ninguna de sus hijas. Le dice a Poncia “No, no ha tenido ninguna novio, ni falta que les hace”. El ansia de gozar de todo lo que implica la vida les es negado a las hijas de Bernarda. De ahí su profunda y eterna frustración.
La catástrofe que solo días más tarde de concluir García Lorca su obra se desencadenó sobre España impidió que el drama se representara en Madrid hasta el año 1964. Pero la palabra poética es capaz de sobrevivir al horror.
Lali Fernández
abril de 2014
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